Internet está convirtiendo la escritura en conversación. Veinte años atrás,
los escritores escribían y los lectores, leían (cuac).
Pero internet permite a los lectores responder en las secciones
de comentarios, en foros o en blogs propios, o intercambiar «opiniones»
por #redessociales, y esto ocurre cada vez con más frecuencia.
Muchos de los que responden suelen estar en desacuerdo con lo escrito. Esto es totalmente esperable. El acuerdo tiende a motivar menos que el desacuerdo. Cuando estás de acuerdo con algo, tenés menos para decir. Podés ampliar algo de la información que brindó el autor pero, es muy probable, que lo importante del artículo ya haya sido desarrollado.
Cuando estás en desacuerdo, es porque viste algún aspecto que el autor no ha explorado.
¯\_(ツ)_/¯
Como consecuencia de este intercambio, vemos que hay mucho más desacuerdos que acuerdos, lo que no significa que la gente tenga más bronca ahora que antes. Lo que existe, es una cantidad de nuevas herramientas y recursos para expresarla. Sin embargo, que haya más posibilidad de expresarla, puede hacer que la gente se enoje más de lo habitual. Sobre todo en redes sociales, donde es mucho más fácil decir cosas que cara a cara no se dirían.
Si vamos a estar en desacuerdo más a menudo, deberíamos ser mucho más cuidadosos en la forma de expresarlo.
Hace unos años, Paul Graham creo una escala, a la que llamó Jerarquía de los desacuerdos.
Como verán, la base, o donde la mayoría se desenvuelve es el insulto. No necesariamente tiene que ser una «mala palabra». Algunos son un poco más sofisticados y lo expresan con un «estudiá» o más refinado aun: “el autor tiene un conocimiento muy superficial y es un ególatra”, muy utilizado es el del pedestal ideológico y su «te hace falta leer». En definitiva, se aleja del concepto a debatir transfiriendo la discusión a cuestiones de percepción personal del otro.
Un escalón más arriba del insulto, está la archiconocida falacia Ad Hominem. Este argumento intenta desacreditar la postura del otro señalando una característica de su persona. Ayer, alguien que no coincidía conmigo sobre una nota publicada en un medio periodístico me dijo «conservadora», sin hacer foco en el eje de la discusión.
La falacia funciona con esta estructura: A afirma B. Hay algo cuestionable (o que se pretende cuestionar) acerca de A, por tanto, B es falso.
En el caso anterior, mi (yo – A) opinión (B) era cuestionable. A fue calificada de «conservadora» por lo tanto B es falsa.
Otros ejemplos: un legislador escribe un artículo explicando que los sueldos de los senadores y diputados deberían ser incrementados. Alguien le contesta: «por supuesto, si usted es un legislador, obvio que quiere aumentarse el sueldo». Otra variante es argumentar que el autor no tiene autoridad para escribir sobre algún tema. Por ejemplo:«vos qué sabés si nunca pisaste un barrio humilde» (¿conocida?).
Para no irnos de foco, la pregunta que debemos hacernos es si el autor tiene razón o no en su argumentación y si no conoce del todo el tema o cometió un error, apuntar cuáles fueron sus errores.
La mayoría de las discusiones se dan por el tono equivocado en el que expresamos algo. En redes sociales, el tono lo pone quién lee el tuit o el posteo. Y esto es incontrolable. Aunque es un poco más elaborado que atacar directamente al autor, todavía es un argumento débil de desacuerdo. Por ejemplo: «no puede ser que se exprese de esta manera tan irresponsable». Sigue siendo un asunto que no tiene que ver con el tema a tratar en sí.
Con la oposición comenzamos los argumentos más elaborados y menos «emocionales» ya que se enfocan en el contenido de lo expresado y en quién o cómo lo expresa. La forma más débil de este argumento es presentar el opuesto sin evidencia: «No puedo creer que XXXX desestime la energía solar de forma tan irresponsable. La energía solar es una teoría científica legítima». Este argumento puede tener peso en un desacuerdo ya que ver el punto de vista opuesto puede mostrar las falencias de nuestro propio argumento. Sin embargo, siempre es necesaria la evidencia.
Ahora, entramos en el terreno de las refutaciones convincentes ya que cualquiera de estos argumentos pueden probar algo.
La contrargumentación es una oposición con razonamiento y evidencia. Si se apunta al argumento original, puede ser convincente. Pero… habitualmente, son dirigidos a algo secundario y se termina discutiendo de dos o más cosas distintas.
La refutación requiere de un esfuerzo importante de razonamiento y trabaja en base a citas, hay que buscar un párrafo con el que se está en desacuerdo y aclarar en qué se está equivocando. Pero… citar a alguien no implica refutar. Algunos citan cosas con las que están en desacuerdo y terminan en un insulto o apelando al tono (😱).
Llegamos al súmmum de la argumentación: la refutación del punto central. No confundir con una forma sofisticada de ad hominem: corregir la ortografía o la gramática, apuntar errores menores en nombres o números, etc. ¿Por? Porque todo eso solo tiende a desacreditar al oponente.
Refutar requiere concentrarse en el punto central (o uno de ellos) algo como esta estructura:
El punto principal de X parecer ser A. Como él dice: <cita del argumento de X> pero está equivocado por las siguientes razones: …, …, …
Que el opositor utilice formas elevadas de argumentación en el desacuerdo no quiere decir que sea el “ganador”, puede estar realmente equivocado en su argumento, pero… puede sonar muy convincente y, si tiene influencia, puede mover a la opinión pública.
Estas jerarquías nos sirven para saber cómo contestar, ver para dónde se mueve la opinión pública y para descubrir los argumentos intelectualmente deshonestos y demagógicos. Lo más valioso: elevará el nivel del diálogo, nos mostrará como abiertos al disenso y tendientes al consenso.