La radicalización del discurso da a lugar a líderes populistas
con foco en una dialéctica emotiva.
La desconfianza es generalizada, no queda institución en qué creer: gobierno, ONGs, medios de comunicación, justicia, todo está siendo cuestionado.
La causa de esta desconfianza, entre otras cosas, tiene que ver con la falta de liderazgos políticos, de personas que inspiren, que den ganas de seguir y nos llenen de esperanzas.
Pau Solanilla llama a esta instancia la era de la política líquida y tóxica. Los partidos tradicionales y su comunicación quedaron viejos, las nuevas generaciones se enfrentan a narrativas obsoletas, no tienen quién los represente.
La política se ha vuelto líquida y tóxica, con una pésima reputación y está necesitada de su particular choque de modernidad. Prácticamente no queda nadie con autoridad, legitimidad o capacidad para persuadir, seducir o convencer y la comunicación política ha quedado cautiva en las trincheras de la confrontación y de la polarización.
Y, como en el espacio político no existen los espacios vacíos, esos vacíos se llenan. Y se están llenando con personajes con discursos de tono populista (tanto de izquierda como de derecha) con enorme carga emocional y muy liviano bagaje político. Quedamos atrapados ya no tanto en la polarización ideológica, sino en la polarización emocional y la confrontación.
La crisis de confianza genera miedo. El miedo aumenta la ansiedad. La ansiedad incrementa la necesidad de creer en soluciones mágicas. Es un círculo, tierra fértil del relato.
A muchas personas no les gusta que les digan que hay múltiples respuestas, que tenemos que llegar a acuerdos con otros y eso llevará tiempo. Entonces, comienzan a preferir sistemas políticos autoritarios y unificados que no les dan ese tipo de opciones». Anne Applebaum
El discurso tiene 2 grandes variantes o componentes. Cuando es excesivamente racional, genera apatía. Cuando es excesivamente emocional se cae en la demagogia (aunque algunos están disfrazados de racionales). El discurso populista de base patética (de pathos) abunda en exageración, metáforas y otros recursos retóricos que exaltan la emocionalidad. La emoción aglutina y moviliza (nosotros amor, ellos odio). Con esto no estamos diciendo que no haya que ponerle emoción a lo que uno dice, hay que aprender a equilibrar y no guiar mal la emoción (hacia la destrucción del otro, en lugar de usarla constructivamente en nosotros).
Lamentablemente, estamos viendo que la confrontación, el disenso y el debate respetuoso y constructivo de diferentes posturas ideológicas y corrientes políticas va quedando en el olvido.